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Foto del escritorMundo Bichero

BUENOS AIRES: Mascotas, la delgada línea entre el cariño y el maltrato

Es un perro , no un peluche". Ese fue el comentario menos beligerante que recibió Carmen Barbieri cuando días atrás posteó la foto de su caniche Rey con las patas, las orejas y el rabo teñidos de azul Francia. "Es un colorante totalmente natural", replicó la actriz, como si el problema fuera solo el efecto del químico sobre la piel del animal. De forma similar responden a las críticas los cultores del "catzilla" o "dinocut" -la moda de cortar el pelo del lomo de los gatos con forma de cresta de dinosaurio-, alegando que es solo un peinado.


En medio de la polémica en torno a la cada vez más extendida costumbre de tratar a los animales de compañía como personas surgen voces que señalan que ese "cariño" muchas veces deviene en maltrato.



Es que de entre los millones de fotos de gatos y perros lookeados y vestidos como personas que circulan por las redes, en las que los muestran tensos en fiestas de cumpleaños junto a otros animales que ellos no han invitado o incómodos en sillas de bebe para auto que los colocan en situaciones no adecuadas para su anatomía, emerge la sospecha de que cada vez son más dueños de mascotas que las consideran tan parte de la familia que incluso les asignan necesidades propias de humanos, no de animales.


Antropomorfismo -atribuir cualidades o rasgos humanos a un animal o a una cosa- es la palabra que describe este fenómeno que ya es un signo de época en las grandes ciudades, y del que dan cuenta numerosos estudios como la encuesta realizada en los Estados Unidos por Kelton Research, que halló que el 81% de los dueños de animales de compañía consideraba a sus perros y gatos miembros de la familia de igual categoría que sus hijos; es más, el 58% se hacía llamar "mamá" o "papá" de su mascota y el 77% les compraba regalos de cumpleaños.


Para Silvia Vai, veterinaria especialista en etología clínica, este es un tipo de vínculo con los animales de compañía que se da solo en las grandes ciudades, ¿Por qué? "Aquí la gente se siente más sola -afirma-. Muchas veces los afectos viven en otro lugar o las distancias propias de las grandes ciudades y las obligaciones laborales o de estudio hacen que sea más difícil reunirse con los seres queridos tan seguido como uno quisiera.


Entonces, el perro o el gato que comparte los días con uno en una relación cercana (departamentos con poco espacio) empieza a tener un lugar que no tendría en un pueblo o ciudad pequeña del interior.


En el interior, el gato está generalmente en el fondo de la casa, acepta pocas veces ser acariciado por la persona y conserva comportamientos similares a su antecesor salvaje; el perro, por su parte, pasa muchas horas solo en el patio o jardín, ya que suele cumplir la función de guardia o incluso se le prohíbe el ingreso a la vivienda".


Combatir la soledad es quizás uno de los factores principales detrás del cariño -a veces desmedido- hacia los animales, coincide Adriana Guraieb, de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA): "No es fácil quedarse solo luego o durante un duelo por perder una relación afectiva, tanto sea una pareja, la llegada del nido vacío o la desaparición física de una persona cercana a nuestros afectos. Allí los animales cumplen con una función bienhechora de calor y compañía permanente que ayudará a atravesar situaciones de tristeza, porque la persona puede proyectar o depositar en su animal de compañía mucho afecto, ya sea al sacarla a pasear, peinarla, comprarle juguetes; toda una actividad lúdica y afectiva hacia un ser vivo que depende de los cuidados que podamos prodigarle".


"Pero cuando la angustia y la soledad se incrementan y se pasa de la distancia social al aislamiento -agrega la psicoterapeuta-, entonces, es probable que se incremente la relación con los animales al punto de humanizar el vínculo".


"Uno puede querer mucho a un animal de compañía, pero cuando lo querés como si fuera una persona y pretendés que te dé cosas que no te puede dar porque no es una persona, pueden aparecer problemas de conducta [en los animales] -advierte Silvia Vai-. Si los amamos los debemos respetar como especies diferentes a la nuestra, de lo contrario los estamos queriendo mal y en consecuencia sus conductas no serán normales".


Pensadas desde la mirada de la etología (rama de la veterinaria que estudia el comportamiento de los animales), muchas de las acciones y actitudes de las personas para con sus mascotas que hoy se encuentran naturalizadas no solo no les hacen bien, sino que incluso pueden causarles un daño.


Pero ¿qué problema puede ocasionarle a un perro que le tiñan el pelo con tinturas no tóxicas o a un gato que le hagan un peinado que, como en el caso del dinocut, implica rasurar parte del pelaje del lomo? ¿O cuál es el problema de vestirlo con un hermoso tapado, ponerle gorro y, si se deja, anteojos? "El perro y el gato se comunican mediante un lenguaje no verbal, en el cual son esenciales los gestos, la mirada, las poses del cuerpo y los olores que emiten -responde Silvia Vai-. La ropa, los anteojos, los gorros, las botas, los perfumes, los cortes de pelo alteran su fisonomía y olor, y les dificultan comunicarse adecuadamente con sus congéneres".


"Esa dificultad en la comunicación puede generar reacciones de miedo o agresión", agrega. Siguiendo este razonamiento acerca de las necesidades diferentes del animal en relación con el ser humano, tampoco parece ser buena idea, por ejemplo, hacer una fiesta de cumpleaños para la mascota e invitar a casa a otras mascotas para que se hagan 'amigos'. "El gato es territorial y puede no estar socializado con otros de su especie, y si vienen los 'amigos' gatos lo que hacen es invadirle el territorio -señala Silvia-. Un perro es diferente, es social, pero así y todo le están invadiendo el territorio. Quizás el mejor lugar para festejarle el cumpleaños sea la plaza, no la casa, y con comida propia para perros, no con una torta..."


Una consulta hoy muy frecuente en el consultorio del veterinario, que da cuenta del desconocimiento de las necesidades de los animales, es la que llega de boca de personas que han adoptado el vegetarianismo o el veganismo, y quieren extender esa elección alimentaria a sus mascotas. "El gato es un carnívoro por excelencia. Si lo quiero transformar en vegano tengo que darle un montón de vitaminas que no va a obtener de la dieta. El perro es omnívoro, come carne, vegetales, pero al igual que el gato no tiene el aparato digestivo preparado para una dieta vegetariana -explica Vai-. Si uno vive con un animal carnívoro tiene que respetar que es una especie diferente a uno con requerimientos y necesidades diferentes que se tienen que cubrir para que estén en estado de bienestar, físico y mental".



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𝗣𝗼𝗿 𝘂𝗻𝗮 𝗻𝘂𝗲𝘃𝗮 𝗳𝗼𝗿𝗺𝗮 𝗱𝗲 𝐝𝐚𝐫𝐥𝐞 𝘃𝗼𝘇 𝗮 𝗾𝘂𝗶𝗲𝗻𝗲𝘀 𝗻𝗼 𝗹𝗮 𝘁𝗶𝗲𝗻𝗲𝗻.

𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐑𝐀𝐒 𝐇𝐀𝐂𝐄𝐌𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐄𝐒𝐓𝐄 𝐌𝐔𝐍𝐃𝐎, 𝐔𝐍 𝐋𝐔𝐆𝐀𝐑 𝐌𝐀𝐒 𝐁𝐈𝐂𝐇𝐄𝐑𝐎!!!

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